En Táchira: Muerte sin sepultura

Foto: Referencial - Archivo UVL

Lorena Evelyn Arráiz, Equipo UVL, Táchira

Cuando una familia tiene a uno de sus integrantes detenidos, la vida les cambia. No solo por la ausencia de esa persona sino por lo que conlleva una prisión en Venezuela. Sin embargo, las visitas y la esperanza de la posible salida son los asideros a los que se aferran los parientes. Pero qué sucede cuando un padre espera saber de su hijo y le dicen que, tras un motín, su hijo no aparece y que el mismo estado venezolano no le de respuesta ante la interrogante de dónde está. Esto le sucedió a Luz Marina Sepúlveda, madre de Anthony Correa Sepúlveda  y Juan Carlos Herrera, padre de Juan Carlos Herrera.

En octubre de 2016, se registró el motín más largo en la historia de la Policía del Táchira, Politáchira. Por casi un mes, un grupo de prisioneros secuestró a la visita de ese día y también a dos agentes policiales. A medida que incrementaba  el conflicto, los familiares -que no contaron con información oficial- comenzaron a preocuparse ante videos que desde los calabozos se enviaban. Allí, se mostraba cómo mutilaban los dedos a un preso. Posteriormente se esparcieron rumores sobre la muerte y canibalismo a dos hombres.

Al respecto, la reportera de El Pitazo, Lorena Bornacelly, quien le dio cobertura especial a este caso, recuerda: “Por casi un mes que duró el motín veía a diario caras de incertidumbre, escuchaba rumores de torturas, de golpes pero nunca se habló de muertos o canibalismo. Recuerdo que un día los familiares contaron que olía a carne asada y pensaron que era una parrillada hecha por los policías para provocar a los amotinados, al término de la toma de los calabozos, los familiares aseguraron que se trató de la quema de quienes fueron asesinados a martillazos”.

La periodista dijo que cuando finalizó la reyerta, los familiares de los presos llegaron a Politáchira. Los parientes de los policías secuestrados y de ocho mujeres que también estuvieron retenidas, fueron los primeros en ver a sus seres queridos; poco a poco y con el pasar de las horas quienes tenían a alguien preso tuvieron información de si habían sido trasladados, liberados o permanecerían allí.

“Ese día, cuando concluyó el motín, la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela, informó sobre la desaparición de dos presos que no aparecieron al momento del conteo. Paralelo a ello, Juan Carlos Herrera denunció que su hijo había sido asesinado y peor aún, comido por los demás detenidos por órdenes de quienes estuvieron al mando de la reyerta”, agregó Bornacelly.

Las autoridades nunca confirmaron el canibalismo. Solo afirmaron que hubo desaparecidos quienes presuntamente habrían sido asesinados y sus osamentas, botadas. De hecho, fue en bolsas de basura donde consiguieron restos de huesos que el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas  tomó como evidencia para determinar a quién pertenecían. Los familiares nunca tuvieron respuesta al respecto.

Juan Carlos Herrera, padre de Juan Carlos Herrera, asesinado durante el montín

“Recuerdo a Juan Carlos Herrera contando que durante el motín fue extorsionado; que le pidieron en ese entonces 200 mil bolívares para mantener a su hijo vivo y debió pedirlos prestados en efectivo. Cuando terminó el motín, confesó que él intuía que a su hijo lo habían matado pero no se atrevió a decir nada antes de confirmarlo por miedo a que si estaba vivo pudiesen asesinarlo. Pero nunca tuvo la respuesta que esperaba sobre qué pasó con su hijo”, explicó la comunicadora.

Lo que más impactó a la periodista fue que los  padres de los presos pedían, al menos, un pedazo de hueso para enterrar y sentir que le dan cristiana sepultura a sus hijos. Sobre eso, la psicólogo clínico Carolina Castillo explica que esta situación es un vacío muy fuerte que padecen los deudos ante la incertidumbre. “Ese estrés es la situación más elevada que puede vivir un ser humano y la manera de poderlo cerrar es cuando se hace un duelo y esto es que uno acepta que esa persona ya no está más aquí bien sea porque se murió, porque se mudó o porque decidió abandonar pero es una causa real que permite entender que la separación es producto de algo”, dice la especialista.

Castillo asegura que esos padres viven constantemente con la duda sobre si sus familiares están vivos o no y que eso hace que una persona no pueda cerrar el duelo y quede anclada en esa situación emocional negativa.

Asegura que la vida cotidiana de los afectados debió  haber cambiado totalmente.

“Es casi una situación que impide que puedan volver a la normalidad. Van a vivir, claro, pero siempre con la interrogante de porqué le sucedió esos a sus hijos (…) Hay una etapa muy larga de negación. Dicen ‘eso no fue, eso no pasó, en cualquier momento va a aparecer, me van a llamar’ y es un proceso difícil no solo para ellos sino para todo el entorno familiar”.

Continúa a la espera de una respuesta 

A los seis meses del motín, Juan Carlos Herrera viajó a Caracas un par de veces para indagar en la Fiscalía sobre las experticias y finalizar el capítulo donde solo quería saber que las osamentas eran de su hijo, pero no hubo respuesta.

Al año del conflicto, la situación fue igual y Bornacelly refiere: “Vi al señor Herrera en una iglesia porque -me dijo-  era el sitio donde él se sentía seguro y contó cómo las constantes pesadillas, amenazas y ataques de depresión no lo dejaron continuar con su vida. La única manera en la que pudo saber qué le pasó a su hijo fue a través de los testimonios de otros presos, de algunos policías y de los familiares de los detenidos y esos testimonios, para ese señor, fueron profundamente dolorosos.

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