Angélica Lugo/ UVAL Caracas
Ninguna de las dos mujeres se conoce, pero tienen un punto en común que hace que sus vidas se relacionen: tienen a sus hijos varones detenidos en un calabozo policial de Caracas. Las madres argumentan que desde que ellos fueron aprehendidos sus vidas cambiaron por completo: han perdido trabajos, se han enfermado, han descuidado a sus otros miembros de la familia y hasta han dejado de comer para llevarles alimentos a sus hijos. Este 2021 las tres pasarán el Día de Las Madres, por tercer año consecutivo, con sus hijos tras las rejas.
Una mujer de 40 años de edad se atrevió a dar su nombre a Una Ventana a la Libertad, mientras que la mujer de 55 años prefiere mantener su identidad en reserva debido a los excesos policiales por parte de los funcionarios a cargo de la custodia en el centro de detención preventiva donde está su hijo desde hace más de dos años.
En el monitoreo constante que Una Ventana a la Libertad realiza ha encontrado patrones que se repiten: en las afueras de los calabozos policiales siempre hay mujeres que hacen largas filas para entregarles alimentos e insumos a sus parientes. Aunque en estos grupos hay esposas, las madres suelen ser las más abnegadas. En este boletín ilustramos la realidad de dos mujeres que tienen a sus hijos en distintos CDP de Caracas, para visibilizar esta realidad, a través de sus historias.
Testimonio uno:
Joselyn Armas (41), tuvo a su primer hijo a los 19 años de edad. Desde ese entonces han pasado 22 años en los que ha disfrutado distintas etapas con él. Pero desde hace tres años y dos meses ha compartido con el primero de sus dos hijos a través de las rejas, pues comisiones de la Policía Nacional lo apresaron en 2019 junto con una amiga por, presuntamente, estar involucrados en el homicidio de un hombre.
El hijo de Joselyn ha estado detenido en la PNB de El Valle, en la conocida “Zona 7” o PNB de Boleíta y, en la actualidad, está en la PNB de San Agustín del Sur. Este 2021, en el mes del Día de Las Madres, lo pasará con su hijo detenido por tercer año consecutivo.
“Ya mi hijo tiene un año que no lo atienden en tribunales, cada vez que sube a tribunales la juez no da respuesta. Él me dice que está cansado de estar todos los días entre cuatro paredes y yo me siento malísimo por él. Desde que él está preso mi vida cambió por completo y para mal. He dejado de comer para llevarle mi plato de comida, he tenido que aguantar la humillación de algunos funcionarios, eso me pasó en Zona 7. Con mi empleo sobrevivo para llevarle sus cosas. No pude estar presente en la graduación de bachiller de mi hijo menor porque no tenía empleo y lo poco que tenía era para mi hijo que está detenido, también he descuidado a mi madre. Yo pienso que no es solo mandar la comida, sino que también hay que estar presente. En cuanto a mi vida personal, también la he descuidado, no me he dado la oportunidad de tener a una pareja”, manifestó la mujer.
En los dos años anteriores Joselyn Armas llevaba unos dulces al calabozo policial para compartir con su hijo en el día de las madres. Pero este año no será posible. Como trabaja en una casa de familia como mujer de servicio, debe reincorporarse luego de una semana que le dieron libre para hacerse chequeos médicos para descartar que ya no tenga Covid. Anteriormente ella, y el hijo de la señora de la casa, tuvieron el virus y no pudo guardar reposo por completo: “Aunque yo estaba en la casa y la señora se fue unos días para aislarse, igual me tenía que parar a pasar un coleto, a cocinar y hacer los oficios”.
Aunque Joselyn asegura que en la PNB de San Agustín del Sur le garantizan ver a su hijo y llevarle sus alimentos, ella no olvida las humillaciones que, dice, recibió por parte de funcionarios encargados de la custodia en la PNB de Boleíta: “La peor situación fue cuando lo pasaron a Zona 7 y tenía que pagar hasta para respirar y cuando le llevaba la comida se la querían quitar”.
Esta mujer no se arrepiente de la educación que le dio a su hijo. Sin embargo, admite que “siempre fue flojo para estudiar”. Ambos son de Altagracia de Orituco, estado Guárico, en donde su hijo logró completar el bachillerato. Al preguntarle si se siente culpable de que su hijo esté preso asegura que no. Pero admite que si tuviera dinero ya estaría libre. “En una oportunidad le pregunté a un alguacil que le preguntara a la juez que cuánto cobraba por soltarlo y dijo que seis mil dólares”, advirtió, al tiempo que lamentó que su hijo esté preso porque un conocido lo encerró, junto con una amiga, en el apartamento de un hombre que asesinó. Poco después la policía allanó la vivienda y los aprehendió.
Pese a todas las trabas y limitantes que a diario enfrenta esta mujer de 40 años de edad, ella no pierde las esperanzas de volver a ir con su hijo al Ávila, a Sabana Grande a comer helados o a Guárico a visitar a la familia.
“Tengo la meta de sacar a mi hijo de allí y después lo quiero mandar a República Dominicana con su familia. Aquí en Venezuela la mayoría de los muchachos cuando salen en libertad los matan, sean buenos o malos, las FAES los agarran y los matan (…) Con esta prueba que me puso Dios, le doy gracias porque me ha puesto a personas de muy buen corazón. Yo andaba sola, desorientada. Siempre le digo a mi hijo que nada es eterno. Le he dicho que cuando salga en libertad le quedarán las enseñanzas de todo lo que estamos viviendo”, comenta con esperanza Joselyn Armas.
Testimonio dos:
La tercera mujer que accedió a dar su testimonio lo hizo con la condición de reservar su identidad, debido a las injusticias y excesos policiales que, asegura, ha presenciado en la División Contra Robos del Cicpc, ubicada en la Avenida Urdaneta de Caracas. Ella tiene 55 años y su hijo 25 años de edad. Aunque fue madre por primera vez a los 30 años, su historia tiene varios patrones que coinciden con la vida de Joselyn Armas y María Almazoro.
El hijo de esta mujer, a quien resguardaremos con el nombre de Ana Méndez, fue detenido el 18 de septiembre de 2018 por presuntamente cometer un homicidio. Al consultarle si es culpable o inocente, no da mayores detalles: “Lo acusan de homicidio y eso me tiene mal”.
Ana toda su vida trabajó en una agencia de loterías. Pero desde que empezó la pandemia del Covid-19 perdió su empleo. “Se me hace bastante difícil pagar las cosas de él, así como también para ir y para pagar los pasajes. Gracias a Dios tengo una hermana que es su madrina que me apoya bastante. Es muy duro, pero allí voy y siempre resuelvo. Y mis compañeras, las otras madres de los privados de libertad, nos apoyamos entre todas. Algunas veces ellas le llevan de comer a mi hijo. Siempre estamos unidas para darnos fortaleza”, asegura.
Todos los días Ana madruga para salir de su casa, en Baruta, para atravesar la ciudad y llegar al centro de Caracas. Aunque a veces llega entre las 8 y 9 de la mañana para hacer la cola para entregarle los alimentos a sus hijos, los policías les reciben la comida a la 1:30 de la tarde.
“Esto me ha afectado enormemente, del cielo a la tierra. En todos los sentidos. Tanto a mi como a mis hermanas. No me siente culpable de lo que él hizo. Me siento culpable con él como madre, porque sé que él necesita más ayuda, de eso sí me siento responsable. Ellos son los responsables de sus actos y que deben tener una responsabilidad sobre sí mismos. Hay que enseñarlos a que no todo son amistades, pues la calle es muy difícil”, manifiesta la mujer.
Este 2021 ella también pasará por tercer año consecutivo el mes de las madres sin su su primogénito que, además, es su único varón pues tiene otras dos hijas menores al que está detenido: “Es muy fuerte lo que vive la madre de un privado de libertad. Pega mucho. Pero siempre le hago llegar mi amor, así no lo pueda ver por la suspensión de visitas con la pandemia. En la tapa de la comida siempre le pongo su nombre y le escribo: Dios te bendiga hijo, te amo”.
Joselyn Armas y Ana Méndez (con un nombre ficticio) enfrentan las consecuencias de tener a un hijo detenido en un calabozo policial en Venezuela. La prisión de sus hijos las separó de sus rutinas y las dejó presas en el retardo procesal, el hacinamiento y el caos que toda esta situación conlleva. Aunque todas manifiestan tristeza y nostalgia en mayo, mes de las madres en Venezuela, se aferran a Dios y a la esperanza de tener a sus hijos en libertad y de vuelta a casa.
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