Presos roban alimentos y comen sobras para no morir de hambre en Margarita

Sometidos por el hambre están viviendo -y muriendo- los venezolanos que se encuentran privados de libertad en la mayoría de los centros de detención preventiva del país y los presos del estado Nueva Esparta no escapan de esta realidad. En los cuerpos policiales y de seguridad, en los que están recluidos al menos 2.000 personas, no cuentan ni con los recursos ni con la infraestructura necesaria para garantizarles lo que por ley y como derecho humano les corresponde: la alimentación.

Las autoridades, incluyendo a la defensora del pueblo insular, María Luisa Rodríguez, aseguran que hasta el momento en la región no se han registrado casos de desnutrición en la población de detenidos. Sin embargo, la Sociedad Médica de Especialistas del Hospital Dr. Luis Ortega de Porlamar reportó recientemente que de cada 10 niños que hospitalizan 4 tienen algún grado de desnutrición, lo que es solo una muestra de la crisis de alimentación que está afectando a los pobladores del estado y de lo podría estar ocurriendo en estos recintos con más fuerza, en vista de que los privados de libertad dependen solo de lo que sus allegados les puedan llevar.

De acuerdo con los testimonios de los familiares y de los directores de las policías municipales, algunos privados solo reciben alimentos para comer una vez al día, otros para una vez a la semana y muchos de ellos ninguna porque viven solos en la isla.

Esas comidas, en algunos casos, solo están conformadas por uno de los alimentos de los grupos básicos para mantener una buena salud. Una persona sana debe consumir carbohidratos, proteínas, verduras, frutas y grasas. Los estándares de la medicina interna indican que un adulto debe ingerir como mínimo 2.000 calorías al día. La cifra varía dependiendo de su edad, peso y actividad física, pero en promedio esa es la cantidad, según explicaron médicos consultados, quienes afirmaron que difícilmente un adulto que coma un cambur, casabe o una pequeña ración de arroz con sardina al día por un tiempo prolongado pueda salvarse de la desnutrición.

La mayoría de los consultados coincidió en que sus familiares presos (esposos, cuñados, hermanos, hijos y amigos) han perdido mucho peso. Según sus cálculos, porque no tienen cómo comprobarlo, han bajado como mínimo 10 kilos en un mes, mientras esperan los juicios, la revisión de sus casos y los “difíciles” traslados a los centros penitenciarios.

El hambre ha hecho que los reclusos de los calabozos de Margarita les roben comida a otros detenidos, se coman sus sobras y hasta les ofrezcan “trabajos” a los que sí tienen para ganarse aunque sea un pedazo de casabe. Los custodios cuentan que hay quienes les cocinan verduras a los demás de forma improvisada y a cambio reciben una porción. Casi ninguno deja desperdicios porque en esas condiciones cada migaja cuenta.

“Si no la comieron en el almuerzo, la rinden para la cena, eso es lo que más hacen, pero cuando queda algo, los que no tienen aprovechan, hurgan en la basura como está ocurriendo en las calles. En ocasiones la desesperación los ha llevado a quitarles la comida a otros detenidos y esos han recibido castigo. Los líderes los ponen presos en los espacios más pequeños, en donde tienen una especie de capilla y los dejan ahí por días”, comentó un funcionario bajo condición de anonimato.

El menú

 En los recintos policiales de la entidad no tienen mayores restricciones en cuanto a la comida que les llevan a los presos, pues según señalan sus autoridades, la misma situación del país los restringe. En condiciones normales no aceptarían enlatados, pero casi ninguno tiene la capacidad para comprar artículos como el atún. En cambio, les llevan sardinas, que son “mucho más baratas”, en envases y con cucharas plásticas. Todo lo que llevan los visitantes, quienes deben ir vestidos con un jean azul y una franela blanca para identificarlos con facilidades, es revisado en un gran mesón antes de entrar.

“Si es difícil para nosotros lo es más para ellos. Lo poco conseguimos a veces no alcanza para traerle nada. Está bien flaco, nadie les trae comida sino nosotros. Si le traigo dos cambures se come uno y guarda el otro para después. En la semana se gastan como 200.000 bolívares, contando una sola comida diaria, más transporte 7.200 bolívares. El menú normalmente es agua, arroz, pescado, algunos días plátano o cambures o casabe, nunca todo junto, y cuando se puede jugo”, afirma Diogen Bandes, amigo de un detenido.

“Eso se lo ves en la cara, que ahora está toda huesuda. También se le cae la ropa. No sé si está desnutrido, pero sí sé que está enfermo. Como no come casi siempre se marea, tiene gripe y fiebre. Cuando puedo le traigo tres veces a la semana, pero esta vez solo conseguí comida para hoy sábado. Le traje arroz y pescado. Todo es muy caro, nada más en pasaje gasto 5.000 bolívares. Si yo no le traigo a veces le dan algo, otras veces le toca aguantarse”, contó también Jeniré González, esposa de uno de los detenidos en el calabozo de la Policía de Mariño, quien además de mantener a dos hijos y su padre en casa (4 personas en total), está embarazada.

El kilo de arroz le cuesta a González 20.000 bolívares y el de pescado 10.000. El agua se la lleva de casa. La almacena en botellas de refresco viejas porque no le alcanza para comprar en la calle. “Todo es muy difícil”, afirma.

La señora Carlota también tiene a su sobrino detenido en el comando de Mariño. El sábado 7 de octubre cumplió una semana preso, pero en este tiempo no había ido a verlo porque no tenía nada que darle. Dice que solo consiguió comida para llevarle ese día porque llegó la bolsa del Clap. Con evidente tristeza y preocupación comenta que un simple plátano cuesta 1.500 bolívares y que el pasaje se lo cobran en 150 porque es de la tercera edad. A veces se baja “rapidito” para que no le cobren.

El sueldo mínimo en Venezuela desde el 7 de septiembre es de 136.543 bolívares, los que reciben bono de alimentación perciben 189.000 bolívares más, para un total de 325.544 bolívares mensuales. Quienes tienen a sus familiares presos afirman que gastan como mínimo 280.000 bolívares semanales en alimentos, más 35.000 en transporte, es decir, 315.000 bolívares. Por esto la mayoría, como es el caso de Juana Gómez, quien tiene a su hijo privado de libertad, sostiene que es sumamente difícil llevarles comida, “simplemente porque no alcanza”.

“El dinero no me alcanza. Cuesta Dios y su ayuda. Una sola comida puede costar hasta 40.000 bolívares, más 5.000 diarios en pasajes. Yo se la traigo bien completa para que le rinda todo el día. Le traigo arroz, pescado, mango, pan, sardinas. Básicamente lo que encuentre y pueda comprar. No es fácil. Es una situación bien complicada”, comenta.

Para quienes no tienen trabajos fijos y no cuentan con un salario todo es más complicado. Hay muchos en esta condición que aseguran que hacen “varios trabajitos” o venden sus cosas para “salvarlos con cualquier cosita” y “evitar que se mueran”.

Los privados de libertad cuentan que normalmente no distinguen las comidas ni las catalogan como desayuno, almuerzo y cena. Se despiertan lo más tarde posible y como muchos solo comen una vez al día, lo hacen tarde para aguantar más. Otros prefieren comer lo que tengan en la noche para dormirse y no sentir más hambre.

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