En los CDP de Aragua un favor salva a los detenidos de torturas

Foto: Referencia - Archivo UVL Aragua

Enzo Ori fue a visitar a su pareja, detenida en la delegación del Cuerpo de investigaciones Científicas Penales y Criminalística de Maracay. Ella, de 23 años,  había sido detenida entre un grupo de jóvenes que robó mercancía en un comercio de licores. Enzo no discute sobre la inocencia o culpabilidad de su compañera sentimental. Apenas quiso ayudarla durante los días en que permaneció recluida.

Equipo de Investigación UVL

Llevaba 72 horas encerrada en una celda, junto a otras 16 mujeres. En esos 3 días, no había comido, mucho menos se había bañado. Tampoco había recibido la asistencia legal requerida. Para que mitigara el hambre, Enzo decidió llevarle una caja de cigarrillos, pero ignoraba que estaba prohibido, al igual que llevar bebidas negras o algún tipo de medicamentos. En minutos, Enzo Ori pasó de ser la visita a otro detenido más.

“Me dieron un golpe tan fuerte en el pecho que me tumbaron al suelo”, cuenta, mientras a su pareja, varios funcionarios del CICPC se llevaban de arrastra a su pareja a otra celda. “Desde allí, ella escuchaba la golpiza que me dieron tres  funcionarios, como castigo solo por llevarle cigarrillos. Recuerdo que fueron como diez minutos que  se hicieron interminables. Recibí golpes en la espalda, patadas en la barriga e intentos de asfixiarme. Lo único que no me tocaron fue el rostro. Supongo que para no dejar huellas”.

Era el último fin de semana del mes de julio de 2019. Enzo Ori permanecía detenido, sin reseñas, sin que nadie supiera dónde estaba, sin un abogado y sin una acusación de por medio. Su teléfono celular fue decomisado. Presume que tal vez su pasado tuvo que ver con aquella ilógica detención.

Luego de las torturas, a Ori lo trasladan hasta un baño de una vieja edificación escolar que colinda con la delegación policial y en donde permanecen recluidos más de 70 hombres. Allí, debió turnarse con el resto, para dormir en el pequeño espacio del piso que quedaba disponible y para usar una letrina nauseabunda.

Las horas pasan muy lento- dice- y solo queda escuchar las historias de los demás y narrar las propias. Mi problema es el consumo de drogas, que he disminuido. No soy un angelito, de hecho tengo antecedentes por hurto en los años 90 y estuve detenido un par de veces, pero jamás había vivido algo tan inhumano como lo que pasé durante ese fin de semana.

Enzo ori cuenta que lo trataron como un animal y durante las 72 horas que estuvo detenido no probó alimento y la poca agua que bebió, fue de una vieja tubería. El primer día tuve suerte que había agua en el sector y pude tomar del chorro.

Fue un día martes, cuando lo liberaron. Tuvo dificultad visual cuando salió a la calle pues durante el encierro no vio sol ni por un instante. A su salida, los funcionarios policiales le explicaron que el ingreso de cigarrillos estaba prohibido. “Si hubieses comunicado eso antes, te colaborábamos”, me dijeron, ahora sí, de manera amable.

Enzo describe como terrible la situación que se vive dentro de esos “calabozos”. Hambriento, hediondo, golpeado y agotado, salió cargado de números telefónicos que al menos unos 12 de los detenidos, le dieron para que se comunicara con sus familias. Muchas de ellas no sabían que estaban presos en el CICPC Maracay y ninguno de ellos había tenido ni siquiera la audiencia de presentación, pese a que la gran mayoría permanecía detenida hasta por más de 6 meses. Mientras tanto, la novia de Enzo quedaba detenida. Su familia debió pagar 10 dólares para que le permitieran llevarle comida.

La historia de Enzo no es la única ni la más tortuosa. Algunos familiares denuncian que el trato que reciben los detenidos es cruel e inhumano. A diario los amenazan con un traslado a la peligrosa cárcel de Tocorón. En las noches, las luces se apagan. No hay cena. Tampoco hay duchas y si alguno enferma, “se busca entre los detenidos alguno que se gane “un pase” con los funcionarios”. No hay médicos.

Ese “pase” se lo ganan aquellos reclusos que conozcan algún oficio y logran  resolver o reparar algún problema doméstico dentro de la comisaría. Se ganan la oportunidad de pedir algún favor.

“Solicita permiso para defecar en el baño principal que al menos tiene una poceta, aunque el olor es cada día peor”, cuenta uno de los familiares.

En el caso de las mujeres la situación es un poco más compleja y difícil. Sus familias denuncian maltrato físico y explotación sexual por parte de algunos funcionarios. El acecho es peor si se trata de prostitutas. Además de dinero, muchas veces deben  ceder ante las exigencias sexuales para recibir un favor, como bañarse cuando tienen el periodo menstrual.

María es la madre de una chica detenida en uno de las comisarías de Maracay, quien prefirió no mencionar el lugar de detención para evitar represalias contra su hija. “Los días que mi hija tiene su menstruación, no le permiten recibir visitas. ¿No sé qué le exigen a cambio, pero llorando me ha implorado que le lleve unas toallas sanitarias y en un par de ocasiones se las entregaron rotas”.

Enzo, su novia y la madre de María, tienen algo en común. Padecen la tortura física y psicológica que se vive en los centros de detención, en los que cosas tan normales como bañarse, tomar sol y comer, está prohibido.

Los detenidos no reciben apoyo gubernamental. No tienen a  dónde acudir para denunciar las torturas y hacerlo, significa una sentencia de muerte. Tampoco sus familias tienen alternativas. Denunciar estos excesos policiales significaría para el detenido, mayores agresiones y torturas. Mucho menos reciben atención médica y psicológica post maltratos.

Así que mientras hacen silencio, son las familias de los detenidos quienes velan para que al menos puedan comer. Algunos han sido olvidados por sus propias familias. Solo la ayuda de misioneros evangélicos, sirve de catarsis para minimizar la rabia, el dolor y las penurias que significan no comer o tomar agua en días.

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