
UVL Táchira
Para una mujer privada de libertad en Venezuela, ya sea recluida en un centro de detención temporal o en un internado judicial, generalmente en éste último donde pasará mucho tiempo tras las rejas, la vida como la conocía da un drástico vuelco.
No solo significa perder la libertad en toda la amplitud de la palabra, la de moverse a sus anchas en su casa, en la calle, la de poder obtener un salario por un trabajo formal -si lo tenía- sino, ausentarse de sus afectos y en gran proporción, perder derechos que como ciudadana venezolana le son intrínsecos y que aún, siendo transgresora de la ley, posee como ser humano.
Pasar tiempo presa podría ser más “llevadero”, menos o más traumático, dependiendo del sitio de reclusión que le corresponda y que lo determina, ya sea el organismo que haya practicado su detención a cuyos calabozos iría a parar mientras se le procesa, o el que le asigne el tribunal que conoce su causa, una vez procesada.
Una pequeña pero gran diferencia
En Táchira particularmente ser detenida por un delito grave que implique pena de cárcel, por la Guardia Nacional o por el Cicpc, significa que la mujer deberá afrontar penurias y vulneraciones a sus derechos, en razón de que el organismo militar no cuenta con calabozos –a excepción del Conas-. Por lo tanto deberán permanecer en espacios improvisados o en las llamadas “perreras”; es decir, en la parte posterior de las patrullas.
De ser el Cicpc el organismo actuante, pese a que sí cuenta con dos celdas, el trato que reciben las mujeres no es muy diferente al de los hombres; porque por ejemplo, el más mínimo derecho que tiene un ser humano, el de recibir sol, les es negado.
En menos medida esta situación la padecen en el Cuartel de Prisiones de Politáchira, donde en una celda, hoy conviven cinco mujeres, una de ellas con su hija de cuatro años.
A diferencia de las privadas de libertad en la GNB o en el Cicpc, allí cuentan con los servicios más básicos, como agua y electricidad, e incluso pueden cocinar, pues cuentan con una cocinilla. Tienen también un radio y un televisor.
Jhenny Mendoza, de 30 años de edad, hace seis años participó en un secuestro y la sentenciaron a 12 años de prisión. Ella es una de las cinco mujeres presas en Politáchira. Pese a que una vez condenada, se supone que debía ser trasladada al Anexo Femenino del CPO, en Santa Ana del Táchira, para que cumpliera la pena, su condición de ex funcionaria policial privó para que un juez le permitiera pagar allí, la pena.
Jhenny tiene dos hijos – de 8 y 11 años- que están bajo el cuidado de su madre. A la fecha, los niños ignoran que Jhenny está presa, siguen pensando que su mamá “ahora trabaja de civil y en el área de cocina”.
La visitan cada 15 días. Les permiten hacerlo fuera de la celda, en la cancha contigua, muy cerca. A los barrotes de la puerta, las ex compañeras de Jhenny, le colocan una especie de cortina para que los niños no saquen conclusiones de la verdadera situación en la que está su mamá. En otras oportunidades la visitan en una especie de oficina que, igualmente, le acondicionan.
“Mientras pueda mantener la farsa y no hacerle daño a ellos -a los niños- lo haré. Ya llegará el momento, cuando estén mas grandes y yo libre, que les cuente lo que pasó; mientras tanto no, porque no quiero que crezcan sabiendo que su mamá está presa por secuestradora”, explicó.
Al preguntarle qué hace durante todo el día, después de un largo suspiro, responde: Nada.
“Bueno, tenemos un televisor y esa es la distracción de todas las que estamos aquí. Cada una hace su comida, lava su ropa, cada una tenemos un día asignado para limpiar la celda. Escuchamos o vemos las noticias en la radio o TV. Hablamos de todo tipo de temas y de lo que haremos cuando salgamos en libertad. Pero uno sí quisiera hacer algo más productivo, aprender y hacer algún tipo de oficio, manualidades por ejemplo, para ayudarnos a nosotras mismas. En mi caso, ayudar a mi mamá que está cuidando a mis hijos, pero la ley no lo permite. Si estuviera presa en el CPO sería distinto, pero entonces les quedaría más difícil a mis familiares poderme visitar porque mi mamá vive en Cordero, o sea les quedaría mucho más lejos para venir.
Dijo que una de las privadas de libertad es evangélica y que ha sido ella la que les trasmite la palabra de Dios “y eso nos ha ayudado a conocerlo más, a no perder la fe ya sentirnos un poco en paz, porque no es fácil estar encerrada en cuatro paredes por tanto tiempo. En medio de tanto ocio cualquiera se vuelve loca. Con ella oramos todas las noches al irnos a dormir y en la mañana, al despertar”.
Refirió que la bebé de tres años, hija de otra interna que comparte la celda, es otro escape de la realidad, que prácticamente se siente como su madrina. Conoce a la niña desde el mismo día que nació, pues la madre quedó embrazada de ella estando presa.’
-¿Y aparte de los momentos en los que recibes la visita de tus hijos y de tu mamá, en qué otra oportunidad te permiten salir de la celda?
– Aparte de las visitas que son cada 15 días, se nos permite salir a tomar sol cada 15 días también, por media hora o 45 minutos; de resto no salimos, ni siquiera podemos ir a la capilla que hay aquí, para escuchar la misa. Y bueno yo que ya estoy sentenciada, como ya no debo ir a tribunales, hace mucho tiempo que no veo la calle. Mis otras compañeras, sí, cuando tienen una audiencia y las trasladan.
CPO: presas en libertad
El régimen penitenciario venezolano, aunque muy precario aún en relación a otros países, trata de acabar con el ocio de las presas y pretende prepararlas para su reinserción a la sociedad, pero siempre queda el estigma de ser expresidiaria. Por ello, el Estado busca enseñarles un oficio que les permita crear una microempresa familiar con la que puedan sustentarse.
En el CPO tiene régimen penitenciario y por ende, el Anexo Femenino también. Este régimen le brinda a la reclusas un poco más de “libertad” mientras cumplen sus condenas. Tienen derecho a participar en cursos que les dan una preparación básica para emprender un oficio; pueden practicar un deporte; incursionar en la cultura mediante una escuela de teatro, el coro penitenciario, culminar o iniciar estudios desde primaria hasta universidad, a través de la extensión de la UBV que tiene allí un núcleo, aparte de microcréditos a los que pueden acceder las familias de las internas, que al salir en libertad pueden disponer de un pequeño negocio, etc.
Mayly Jhoana Peña, de 33 años, cumple una condena de 10 años por tráfico de droga. Es oriunda de Ureña, estado Táchira, y desde hace dos años que fue detenida y procesada, asegura que ha sabido adaptarse a estar tras las rejas.
“Las que ya estamos sentenciadas vestimos de mono fucsia, las procesada, de verde. Aquí (en el anexo Femenino) no hay cabida para el ocio o la pereza; la que no quiera participar de ninguna de las actividades, pues se tiene que quedar en la celda. Yo particularmente, me dedico a hacer muñecas y miniaturas en tela y cartón para casas de muñecas. Mi familia me trae los materiales –cuando la economía lo permite- yo las hago, y se las doy listas para que me las venda en el Paseo Artesanal, detrás del Centro Cívico de San Cristóbal. Pero de verdad que aquí hay de todo para hacer. Cada día, 20 de nosotras son asignadas a la cocina. Nos rotamos esa función todos los días, pero mientras, podemos hacer cursos de costura, manualidades, peluches, trabajamos también con foami, y hasta gorras nos enseñan a hacer”.
Eso está en cada quien –añadió- quien no quiera capacitarse en un oficio, puede integrar el equipo de bolas criollas, de futbolito, voleibol. Hay equipos en cada una de esas disciplinas y cada uno tiene un tiempo disponible al día, para que entrene. Tomamos sol sin ningún problema siempre y cuando estemos haciendo algo para nuestro propio beneficio.
En cuanto a la libertad de religión, Mayly aseguró que no se la restringen. “No, aquí no hay problemas con eso, hay libre albedrío mientras en las celdas no estén haciendo rituales, encendiendo velas o cosas así. Las católicas vamos a misa los viernes y las que no, practican su religión en la celda, o sea, rezan u oran, pero nada más”.
“En la mañanita tenemos que hacer orden cerrado, como los militares -carcajea Mayly-. Hay un grupo de internas que las llevan al Central Azucarero de Ureña, allá trabajan de lunes y a viernes y regresan al anexo el fin de semana. Lo que le pagan por el trabajo, aunque no es mucho, es para ellas”.
También se le preguntó a Mayly sobre otros aspectos adicionales, pero muy importantes para una persona en su situación, como lo son las visitas familiares y las conyugales.
En este particular, Mayly confesó que su pareja la dejó, cuatro meses después de que cayera presa; la relación que tenían no cumplía con los requisitos exigidos para acceder a las visitas conyugales. El hombre no soportó esto, y la abandonó. No ha vuelto a saber de él. “Pero mi familia sí me visita. Claro, no es fácil porque mi mamá vive en Ureña y son al menos dos horas de viaje, pero sí ha sido constante y consecuente conmigo; al menos una vez al mes viene a verme. Las visitas son cada domingo, pero no pueden entrar menores de edad. La que tienen hijos pequeños o adolescentes, sólo pueden verlos el Día del Niño, el Día de la Madre y en Navidad. Las visitas conyugales sí las hay pero después de un trámite muy engorroso; es decir, la reclusa que solicita ser visitada por su esposo, debe ser su esposo no otro. Nada de que es el novio, la pareja, el marido, no. Deben demostrar con papeles que están casados que tenían una vida como matrimonio, de los contrario, el juez no lo va a permitir .
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