SUMARIO: Los reclusos que conviven hacinados en la Comandancia de Polifalcón, de Coro, no comen siempre. Por lo menos 40 de ellos están en condiciones de extrema delgadez. Solo comen por manos amigas, pero esporádicas
Historias de muchas limitaciones son las que se escuchan entre los familiares de quienes se encuentran privados de libertad. Suelen agruparse en los alrededores de los centros de detención preventiva básicamente en las horas de comida. Deben pasar los alimentos porque el organismo de seguridad que custodia a sus parientes presos no dispone de presupuesto para ello. A fin de cuentas, los centros de detención preventiva (CDP) son reclusorios provisionales, pero el retardo procesal los ha convertido en un sistema penitenciario paralelo.
Es una situación que se repite en todo el país y a la cual no escapa el estado Falcón. Solo en 2017 han muerto cuatro reclusos producto de la desnutrición. Uno en febrero, otro en agosto y dos en septiembre,
En Coro, su capital, se encuentra el centro de detención preventiva más grande de la entidad. Está situado en la comandancia de Polifalcón, al oeste de la ciudad.
Frente a la reja de este recinto suelen haber mujeres con pequeñas viandas a la espera de que abran la puerta para entregarlas.
Unas aseguran que los policías las tratan bien, otras afirman que les revisan todos los alimentos, se los revuelcan de mala manera y a veces piden dinero para entregarlos.
Están a la defensiva frente a los periodistas. Pocas veces se abren ante la llegada de un “intruso”, pocas acceden a las entrevistas, eso sí, cuando lo hacen es a cambio de que no aparezca el nombre del recluso porque temen a las represalias contra éste.
Todas indican que tener que llevarles la comida a sus parientes se ha convertido en un via crucis.
Yajaira Vargas, tía de un hombre que fue privado de libertad hace dos años, asegura que no siempre hay dinero o tiempo para los alimentos de su sobrino.
“Le llevamos cuando hay y cuando no hay come de lo que le dan sus amigos. Su mamá trabaja, a veces no le da tiempo, otras veces no hay con qué comprar comida o no se consigue”, indicó.
Por otro lado está lo que considera una injusticia pues, según asegura, su sobrino está acusado de un delito que no cometió.
“Supuestamente violó la medida de casa por cárcel que tenía. Le pidieron ayuda para auxiliar la moto de un amigo y resulta que era robada. Llegó la policía y los atraparon. El 14 de septiembre le suspendieron la última audiencia”.
Dice que el fin de semana pasado les botaron todo, incluso las colchonetas y otras pertenencias. “La mamá se ha “acabado” (término usado para indicar que está muy envejecida) en ese proceso y él está flaquito. Los días 15 y último se van rebuscando los hermanos, unos con otros, para reunir la plata para pagarle al abogado”, dice Vargas.
Luis Uzcategui, presidente del Comité ProDefensa de Víctimas de Violaciones a los DDHH (Coprovih), desde hace cinco meses vive en carne propia el calvario que significa tener un hermano preso.
Asegura que los funcionarios lo detuvieron sin motivo y le sembraron un arma porque lo vinculan con él.
“Hay dos testigos del día de la detención en la parada de transporte de La Velita, donde vivimos, de que se comete un asalto a pocos metros del lugar y los sujetos huyen y caen frente a la parada. En ese momento una patrulla de Polifalcón llega y sin mediar palabras arremeten contra quienes estaban en la parada. Le imputaron porte ilícito de armas. Ahora la familia, que a veces no tiene ni para ellos, tiene que llevarle también a mi hermano”, precisó.
Su hermano trabajaba como caletero en el mercado, tiene 21 años y nunca había estado preso y mucho menos tener un arma.
“He ido a verlo dos veces. La primera vez estaba muy golpeado, moreteado, le sacaron dos uñas a golpes. Está en condiciones de hacinamiento graves. Le ha salido sarna porque no se baña, no hay agua allí”.
-Para la familia además del golpe moral es un golpe económico porque uno a duras penas hace milagros para sobrevivir, haciendo un cálculo para una sola comida, tienes que gastar unos 50 mil bolívares y te podrás imaginar el sacrificio grande que tiene que hacer mi mamá y su papá. Él iba a iniciar estudios en la Academia Militar de Táchira. Vive en Mérida, estaba aquí de vacaciones, ahora no podrá”.
La extrema pobreza en la que vive Rosa Serrano le impide llevarle comida a diario a su único hijo varón.
“Yo vivo en La Vela (a media hora de Coro), el carrito son mil bolívares, el bus 450, llego a Coro y debo tomar el carrito a la comandancia y son 700, por todo como 10 mil nada más en pasajes. Mi hijo tiene diez meses ahí esperando la audiencia preliminar, lo llevan al tribunal y le suspenden la audiencia. Es primera vez que cae preso, ya me lo han cortado, eso me tiene mal, yo soy una señora de pocos recursos, vivo en un rancho de tapas. A veces tengo comida para llevarle, pero yo soy sola, aquí no tengo familia, él es el único que me ayudaba y de verdad no soporto ver como a ellos los maltratan”, expresa Rosa con voz entrecortada.
Al día siguiente, de hecho, Rosa no pudo viajar a Coro por falta de dinero para el pasaje. Su hijo a lo mejor no comió.
MANOS GENEROSAS
En el mencionado Centro de Detención Preventiva de Coro, hay actualmente más de 300 reclusos. Una jornada de Plan Cayapa efectuada los días 7 y 8 de octubre habría otorgado libertad a cerca de 100 de ellos, pero el organismo encargado de informar no ofreció la cifra. Los familiares escucharon decir que fueron 100.
En todo caso, en el grupo hay unos 40 hombres en situación de desnutrición porque no tienen quien les lleve comida. Son quienes dependen de manos amigas a veces anónimas que les tienda la mano.
El párroco de la iglesia católica Nuestra Señora de las Mercedes, sacerdote Danilo Bianco Tono, llevó raciones de frijoles, arepas, auyama y yuca para 80 de ellos hace un mes aproximadamente. Junto a un grupo de misioneros entregaron en sus manos los envases como parte del llamado hecho por Jesucristo y que recoge el apóstol Mateo en el capítulo 25: “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui huésped, y me recogiste; desnudo, y me cubriste; enfermo, y me visitaste; estuve en la cárcel, y viniste a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿ó sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿ó desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, ó en la cárcel, y vinimos á ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto les digo que en cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hiciste”.
En Tucacas, capital del municipio Silva, es la pastora Nahany Said, de la Iglesia evangélica Heme aquí Señor, quien socorre a los privados de libertad que se encuentran en los CDP del Cicpc y Polifalcón.
En lo que va de año ha hecho varias jornadas no solo de alimentos sino de corte de cabello y aseo general. Ella comenzó esta tarea luego de que fue robada y al acudir a hacer la denuncia observó las condiciones en las que se encuentran los reclusos.
-Quiero llevarles la Palabra de Dios, esa es mi intención, que ellos vean su Gloria, llevarles alimentos es la entrada, porque esos hombres tienen derechos y uno de ellos es recibir la Palabra y como ellos no pueden ir a la Iglesia deben dejar que la Iglesia vaya a ellos y es lo que hago, reprender espíritu de muerte, de suicidio, según el mandato de Pablo en la carta a los Hebreos 13, 3 –indicó.
Entre sus planes está habilitar un espacio en el Cicpc para una cocina regentada por los familiares.
Corresponsalía Coro UVL
Dejar una contestacion