
Por La Verdad de Monagas
Wilmer José Brizuela Vera fue el único hijo que Vidalina Vera tuvo con un trabajador que llegó a la región Guayana, atraído por el progreso que ofrecían las empresas básicas, cuando estaban en sus mejores momentos.
La relación no duró mucho y solo quedó Wilmer José, quien nació el 20 de marzo de 1982 y fue criado por su madre, tías y abuela en el barrio Hipódromo Viejo de la capital del estado. Su apellido se lo dio otra pareja de su madre.
Vidalina Vera se ganaba el sustento como camarera en el Hotel Bolívar y su muchacho llevaba una vida ordinaria: en las mañanas iba al colegio y en las tardes jugaba y vagabundeaba por allí. La leyenda cuenta que era tranquilo y jamás se metía con nadie, los vecinos dicen que era un buen muchacho.
A los 12 o 13 años se le metió el gusanito del boxeo, quizás influido por su abuelo Cándido Vera, y empezó a tomar clases en la academia que existía en el Gimnasio Boris Planchart, tutelada por Ángel Salavarría.
Habría peleado más de 200 combates y prometía llegar lejos, luego de ganar oro en los Juvines de 1997 y participar con éxito en el Batalla de Carabobo.
En el año 2000, a los 18 años, fue preseleccionado para representar a Venezuela en las Olimpiadas de Atenas 2004, pero todo se torció en 2002, cuando fue detenido dentro de una discoteca de Ciudad Bolívar, por porte ilícito de arma de fuego.
No era su primer delito, pues ya tenía varias solicitudes por robo, por lo que fue enviado a la cárcel de Vista Hermosa, donde pasó seis meses que alteraron el rumbo de su vida. De promesa olímpica pasó a sanguinario pran.
Luego de salir de la cárcel, el Instituto Nacional de Deporte (IND) lo expulsó de la selección, por lo que se juntó a varios amigos para dedicarse de lleno al delito y habría planificado el robo y secuestro del comerciante Juliano Elías Abboud, por lo que fue sentenciado a 10 años de cárcel en Vista Hermosa de donde se escapó. Fue recapturado y devuelto a los pocos días y empezó su pranato.
Al poco tiempo de ser devuelto a Vista Hermosa un amigo que iba de salida le propuso asumir el penal. Él le tomó la palabra y puso en marcha un despiadado plan, que el periodista Alfredo Meza relata en su texto para el libro Los Malos:
En 2005, William, un preso con el que había cometido algunos atracos, tenía que salir en libertad, y decidió entregarle el control del grupo. Fue casi como la coronación de un discípulo: “Tú lo puedes hacer mejor que nosotros”, afirmaron los dos subalternos de William, a quienes correspondía por jerarquía conducir al grupo.
A mediados de aquel año, todas las áreas del penal tenían sus líderes. Las rencillas por el control completo de la cárcel eran frecuentes y había cada vez más muertos.
Las disputas se dirimían en una actividad medieval -llamada Coliseo- donde dos internos, por órdenes del pran, se enfrentan a cuchillo en el medio de una rueda formada por sus compañeros.
Por todas esas cosas, dice Wilmito, la idea de controlar el penal, instaurar sus reglas y masificar la práctica deportiva generó la simpatía de los internos y con 60 de ellos, planificó tomar el área de Reos -otra de las partes en las que se divide el penal, que tenía su líder- el 16 de octubre de 2005.
Armaron un croquis e identificaron por dónde entrarían a matar a los miembros del grupo rival. Fabricaron escudos con tambores de hojalatas y puertas de escaparates que servirían para avanzar mientras se protegía al líder.
El invento, al que llamaron Papa Móvil, funcionó de la mejor manera, porque logró amortiguar el impacto de una granada, y Wilmito y sus compañeros solo recibieron algunas esquirlas.
Aturdidos y confundidos los miembros del grupo rival quedaron a merced de Wilmito, que emergió desde atrás de los escudos con su ametralladora terciada y su pistola. Al primero lo liquidó con un disparo entre los ojos y, después, mató a tres más.
El grupo de Wilmito solo tuvo una baja. Los presos que sobrevivieron de inmediato reconocieron su autoridad.
Semanas después se prepararon para atacar a los del sector de Observación. Wilmito sentía por ellos un particular desprecio. En la mañana del 15 de noviembre de 2005 un hombre de la banda que allí mandaba “cantó una luz”. En la jerga carcelaria, eso significa que nadie puede moverse del lugar en el que está. Son momentos de mucha tensión, porque pueden estarse moviendo armas de un escondite a otro, y entonces se necesita discreción. Pero un interno de ese sector, que estaba preso por haber robado un cerdo, desobedeció y lo mataron.
A las dos de la tarde de ese día, Wilmito, asqueado, le dijo al parquero, el hombre que conoce donde se guarda el armamento:
-Prepara todo porque vamos a tomar esa mierda.
Lo cumplieron. Después de observación, Wilmito y su banda tomaron el área de Taller. Luego cayeron el Rancho y el Anexo. En 2006 ya tenía control sobre todo el penal y había establecido sus reglas: respetar a la visita del interno por sobre todas las cosas (el que no lo hiciera tendría que pagar con su vida); nunca revelar a la Guardia Nacional el sitio donde se esconden las municiones y las armas; y jamás intentar despojarlo de su oficiosa autoridad.
Wilmito se impuso y empezó a aplicar lo que llamó el adecentamiento de la cárcel.
Cobraba una suerte de impuesto a los más de mil penados recluidos allí y logró construir espacios deportivos, cantinas, discotecas para cada una de las cinco áreas de Vista Hermosa y hasta centros de apuestas. Vendían licor y ofrecían alquiler de videobeam para funciones de cine. Incluso construyó un bunker blindado, desde donde operaban él y los suyos.
Celebraba fiestas y eventos deportivos. Daba clases de boxeo a los internos y se dedicaba a la salsa cabilla. Eran comunes las fiestas infantiles para los hijos de los presos con tortas, dulces y payasitas.
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