La frecuencia de casos invisibiliza a los desnutridos en los CDP de Zulia

Voluntariados de iglesias calman el hambre de privados de libertad con granos y arroz.

Jéssika Ferrer, UVL/ Zulia

Su piel cuelga. Los brazos, el pecho, la papada, el abdomen, las piernas, todo el cuerpo de Wilmer Villasmil, privado de libertad de 45 años, reflejan las limitaciones que tiene para adquirir alimentos desde su ingreso en el pabellón C del Centro de Arrestos y Detenciones Preventivas de Cabimas. Desconoce con exactitud cuántos kilos ha perdido desde su aprehensión. La malnutrición lo convirtió en uno de los tuberculosos de su área. Pero agradece a Dios poder comer algunos bocados de arroz o una arepa al menos un par de veces por semana. No es el único privado de libertad con bajo peso en el retén ni en los centros de detención preventiva (CDP) en Zulia. Los desnutridos se hacen frecuentes en los calabozos y la frecuencia con la que los oficiales se topan con ellos los hacen invisibles y transforma en una norma que el preso esté “muy flaco”.

En el retén de Cabimas se reportó, durante todo el año 2020, el mayor número de decesos por tuberculosis, 11 muertos; todos con signos visibles de desnutrición. Según comentan los privados de libertad, de los mil 75 internos dentro del penal, al menos el 30% come una vez al día, un 25% prueba bocado interdiario, un 10% no tiene fecha específica para comer y el resto “se bandea” con arroz, harina y granos. “Los enfermos no tienen alimentos todos los días, comen por la gracia de Dios y de algunas acciones altruistas de un pequeño grupo”, comentó un recluso.

Aunque se reconoce como uno de los privilegiados de Cabimas, el detenido de 27 años comenta que su dieta varía cuando recibe visita. Se unió a un compañero de patio para asegurarse las tres comidas diarias. “Comemos juntos, tomamos agua del mismo botellón. Si yo no tengo, él compra. Así nos garantizamos aunque sea una arepa sola”. Hace más de dos meses que no consume carne ni pollo.

-¿Comes verduras, frutas?

-Waooo, ¿y eso qué es?

Algunos familiares recurren a las transferencias bancarias para no gastar dinero en movilización. Otros internos con cuentas bancarias se alimentan de las comisiones por el uso de cuenta por otros compañeros. “Sobrevivir, chama, la meta es sobrevivir”, puntualizó el interno.

A diferencia de otros centros de detención, el retén de Cabimas recibe desde enero de 2020 dotación de cajas CLAP por parte de la Secretaría de Seguridad y Orden Público. “Las recibimos cada dos meses. En promedio traen medio kilo de algo por preso. Hay patios donde se puede escoger o se distribuye un kilo para dos. En otros se hacen comidas colectivas, pero alcanza, dando raciones pequeñas, para dos”, precisó el líder de un pabellón.

Ocultos en la celda

En marzo se cumple un año desde que el Ministerio de Asuntos Penitenciarios suspendió, por causa del COVID-19, las visitas. Los familiares desconocen la realidad de sus presos. Omaira visita inter diario la Subdelegación Maracaibo del Cuerpo de Investigaciones, Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC). Lleva lo que puede: a veces arepas dulces, pan ocasionalmente, arroz o pasta. Lo que nunca le falta es el agua. No sabe en qué condición está su marido, pero “está vivo”. Eso le escribe en las notas que en ocasiones les hace llegar en su ropa sucia.

En la Policía Municipal de Maracaibo (Polimaracaibo), los oficiales dejan entre ver la realidad. Uno comenta que al menos seis presos pesan 45 kilos o menos. Por mencionar algunos casos nombra a Víctor Paz, Hendry Martínez y Juan López. “Parecen unos esqueléticos. Están pasando hambre”. Unos funcionarios, de quienes omitiremos identidad por protección, comentaron que con frecuencia se les escuchan llorar: “No me dejéis morir aquí, ayúdame, ayúdame”. Se sospechan que están enfermos, por falta o retrasos en las notificaciones a los tribunales se ignora qué padecen.

“Posiblemente sea TBC. Están mal alimentados, la tuberculosis la produce el hecho de que están desnutridos, en condiciones insalubres y en hacinamiento. A eso se les une la depresión. En marzo se cumple un año que no salen de esa celda para tener contacto con su familia ni nadie”, acotó un funcionario.

Un abogado público hace referencia a una realidad. Los plazos en Tribunales para otorgar medidas los matan dentro o fuera del calabozo. Primero lograr que un médico lo vea, luego que el diagnóstico lo confirme Medicatura Forense, eso va a Tribunales para que el juez decida si da o no la medida. “En eso pasan casi dos meses, esos muchachos no aguantan los dos meses. Ya pasó. Se logró que la jueza fuera a Polimaracaibo y vio el estado en el que estaba el detenido, prácticamente era un cadáver. Le dieron la medida, pero igual se murió”.

El funcionario se interroga a sí mismo: “¿Cuántos van? ¿Cuántos más tienen que morir? Hay muchos jóvenes y merecen una oportunidad”.

Solidaridad tras las rejas

La iglesia evangélica, a través de diferentes congregaciones se acuerda de los presos. No siempre tienen acceso al calabozo, su menú no es muy variado, pero no desmayan. A través de la Pastoral Evangélica Penitencia de Venezuela se atienden a 3.407 hombres y 396 mujeres en 23 centros de detención preventiva en Zulia. Una vez a la semana les garantizan al menos una comida a los privados de libertad. En algunos casos y donde es permitido les entregan alimentos no perecederos y medicamentos para la fiebre y los dolores. Sus miembros autofinancian sus donativos a los detenidos y caminan hasta tres horas para llegar a los comandos policiales. Cuando el alimento que consiguen no les alcanza para todos los detenidos, se dividen por tandas y unos comen una semana y otros la otra.

La labor de la Pastoral en la Subdelegación Maracaibo del CICPC motivó a las internas a hacer una recolecta de harina, arroz, pasta y granos para que a través del voluntariado, la prepararan y la hicieran llegar a otros detenidos. En esa sede el número de privados asciende los 500 internos y el 70 por ciento recibe alimentos esporádicamente. Solo el pabellón de mujeres puede cocinar en su celda. A los hombres se les entrega la comida en bolsas transparentes.

En vista de los largos periodos de tiempos de permanencia de los privados de libertad en los calabozos surgió la figura de “detenidos de confianza”, quienes garantizan su sustento alimenticio diario a través de sus colaboraciones como aseadores, cocineros, albañiles y hasta mecánicos en sus sitios de reclusión.

En el Centro de Arrestos y Detenciones Preventivas San Carlos de Zulia, en el municipio Colón; se hizo cotidiano las comidas colectivas entre el área de mujeres y los pabellones de hombres. La carencia de gas doméstico en el penal y las fallas del servicio eléctrico los obliga a cocinar en leñas. La cooperación y la camaradería radican en que unos ponen el alimento y los otros se ganan su ración con el trabajo de preparación al fogón.

En Zulia se conoce de 67 sedes policiales o militares con privados de libertad y dos centros de detención preventiva, distribuidos estos en 17 de los 21 municipios que conforman la región, en las otras cuatro entidades se desconoce el número exacto. En todos hay hambre, esta se agudizó con el confinamiento, el incremento en los costos de los alimentos y las limitaciones para movilizarse. El Gobierno regional dota de alimentos esporádicamente a un penal, el resto se alimenta de las posibilidades de las familias y si este contacto se pierde, el hambre y la muerte silenciosa se agudizan. Pese a los esfuerzos altruistas de unos pocos.

Ante la pregunta: ¿Hay desnutridos en sus calabozos? La respuesta coincidió en los oficiales consultados como una frase aprendida al caletre.

-Sí, es muy común. Pero no tengo casos específicos. Todos pierden kilos cuando entran.

Fotos: Cortesía.

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