Figura del pranato femenino gana fuerza en calabozos policiales y en retenes

Investigadores de Una Ventana a la Libertad han documentado, con entrevistas y testimonios de reclusas y de familiares de internas, que la figura del “pranato” femenino se ha afianzado en los calabozos policiales y en los anexos femeninos de las cárceles en el país.

UVL Gran Caracas

Lila (nombre falso), de 30 años de edad, está bajo régimen de presentación por el delito de homicidio calificado en grado de cómplice. Esta mujer estuvo presa tres años y nueve meses en el Retén de El Marite, en el estado Zulia. Sus familiares y ella sufrieron el acoso de la “pran” de ese centro de reclusión.

Los parientes de Lila asumieron las primeras semanas de su aprehensión, que fue a mediados del año 2013, el pago de un millón de bolívares diarios en efectivo a la pran del penal para que el resto de las reclusas no la golpearan. 

Desde la primera noche a Lila le alquilaron un espacio en el retén, le entregaron un teléfono y contaba con la protección de un grupo de presas. “Por llamadas telefónicas nos suplicaba que le lleváramos el dinero, que no la dejáramos morir, que la querían matar”, comentó una de las hermanas de esta ex reclusa a Una Ventana a la Libertad.

La ex reclusa que fue “escudera” de una pran en Tocorón para sobrevivir 

Alicia (nombre falso), de 28 años de edad, estuvo seis años presa por homicidio y tenencia de droga en el anexo femenino de la cárcel de Tocorón en el estado Aragua. La ex reclusa contó cómo su familia gastaba dinero para su protección semanal, lo que en ese submundo es conocido como la “causa” que se le paga a los pranes, pero en el caso de la familia de Córdoba le pagaban a una pran llamada “La Gruesa”.

“Mis familiares pagaron hasta dos millones de bolívares cada viernes que debían depositar en la cuenta particular de esa reclusa. El pago incluía protección para no ser golpeada, privilegios para poder estar en la cocina y, además, quienes hacen este pago tienen el beneficio de que los funcionarios de la Guardia Nacional se mantengan alejados de las internas”, relató la mujer. 

Sobre su estadía dentro de la prisión, Alicia menciona varios aspectos: “Al año de caer presa mis hermanos y mi madre dejaron de visitarme. Mi mamá cayó enferma. El dinero comenzó a fallar, así que me gané una paliza brutal. No me violaron porque dos compañeras se metieron a defenderme, esa vez eran los funcionarios de la Guardia Nacional que querían dinero a cambio de no abusar de mí. Tras recuperarme, debía pagar mi deuda. Así que por espacio de tres meses fui como una especie de un “escudero” para la presa conocida como “la gruesa”. Limpiaba su celda, atendía a sus amigas y manejaba la logística de algunas fiestas. Un buen día sólo me quería morir y sencillamente decidí no hacer nada más. Ese día llegó una visita con Defensa Pública y empezó a ser estudiado mi caso. Estuve detenida seis años por unos delitos que no cometí. Mi familia se fue del país y yo trabajo en lo que aprendí en la cárcel: a cocinar y limpiar”. 

Una Ventana a la Libertad también confirmó que en el centro de detención preventiva de la sede principal del Cicpc de Mérida, que está ubicada en la avenida Las Américas, quien controla la rutina penitenciaria es una pran, pese a que en ese lugar de reclusión hay presos y reclusas. De acuerdo con cifras extraoficiales, en esa sede policial hay 150 privados de libertad. Debido al hacinamiento los presos fueron ubicados en un área administrativa de la policía científica. 

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