Los vecinos de esta comunidad en la capital de Monagas aseguran que los privados de libertad claman por comida todos los días
Jesymar Añez Nava
Maturín.- Hace dos meses, el rugir de unas 10 motocicletas de alta cilindrada sorprendió a María Rivero. Era de tarde, como las 4:00, y caminaba hacia la cocina para prepararse un café. Al paso de las motos, escuchó unas sirenas. No tardó en saber que se trataba de la presencia policial, algo que se ha vuelto poco común a pesar de que cuentan con la comandancia de la Policía municipal de Maturín a unas cuadras de la comunidad. “Es que cuando aquí pasa una bandada de funcionarios nosotros sabemos que están buscando a un delincuente”, mencionó esta ama de casa, quien prefirió mantener su verdadero nombre en el anonimato.
La Policía municipal de Maturín está ubicada en la avenida Bella Vista, en la zona oeste de la capital del estado Monagas, y detrás de ella se sitúa el sector José Antonio Sucre, donde reside María. Para abril de 2017, albergaba a unos 80 privados de libertad, pero en conversación con una integrante de una iglesia cristiana que hace trabajo carcelario, Una Ventana a la Libertad (UVL) conoció que para agosto pasan de 100 los detenidos, siendo la capacidad instalada de 40.
Se trata de un cuerpo de seguridad que está intervenido por el Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz desde el 19 de enero de 2015. Desde entonces, cuatro funcionarios han fungido como encargados de esta Policía que hasta esa fecha estuvo en manos de un alcalde opositor.
En junio, según recuerda esta vecina, hubo una fuga de dos privados de libertad. Los hombres se saltaron el paredón de la estación policial y salieron corriendo por una de las calles de la comunidad. Esto es algo que no es habitual, pero cuando ocurre causa temor entre los pobladores de Antonio José de Sucre, un sector calificado entre los 15 sectores más inseguros de Maturín. María menciona que lo más difícil de vivir cerca de un calabozo policial, es saber que la seguridad no está garantizada. “Las patrullas solo se ven cuando en Polimaturín pasa algo”, mencionó.
Quienes residen más cerca de la estación policial mencionan que es en las tardes cuando se pueden escuchar los gritos de los detenidos pidiendo comida o un poco agua. Aseguran que muchas veces oyen cuando los funcionarios frustran los intentos de fuga de los reclusos.
“Por lo general es de noche cuando se alborotan y uno sabe que piden comida porque es lo que gritan”, señala una jovencita que prefirió llamarse Daniela. En ocasiones ha ayudado a los familiares a llenar envases con agua para llevarle a los privados de libertad. Cuando los escucha hablar, se entera de las condiciones de vida de los detenidos. Sabe que se bañan poco, que hay casos de desnutrición y que hasta son maltratados cuando es día de requisa.
Sobre esto, recuerda que cada vez que las cuatro celdas son revisadas por los policías, los presos son llevados hasta el patio de la comandancia municipal y desde allí los gritos son más cercanos. Una vez escuchó golpes, pero no se atreve a afirmar si eran los mismos policías quienes agredían a los reclusos.
Daniela coincide con la señora María en afirmar que la falta de seguridad es el principal temor de quienes viven más cerca de la Policía municipal, porque el patrullaje es escaso. Al ser consultada sobre la frecuencia de este, indicó que de siete días a la semana las patrullas pasan tres veces.
A principios de 2016 se escaparon cuatro delincuentes, “eso no salió en los medios”, apunta. Se asustaron porque pensaron que los sujetos se saltarían a las casas y que tomarían como rehenes a los habitantes. “El temor más grade es ese, que ellos entren a nuestros hogares o nos hagan daño. También puede pasar que como saben que estamos cerca de la comandancia el primer lugar donde los buscarán serán las viviendas más cercanas”, reflexiona.
Durante más de una semana hubo vigilancia de día y de noche, pero tan pronto recapturaron a los evadidos, la ronda policial disminuyó.
Hambre
En Maturín, algunas iglesias cristianas se han dedicado a hacer trabajo carcelario. Una vecina que ayuda a una de estas iglesias mencionó que por lo menos dos veces a la semana acuden a Polimaturín a llevar hasta cuatro platos de comida. La acción se desprende desde que comenzaron a escuchar los rumores sobre casos de desnutrición en este centro de detención preventiva. Además de los comentarios de los habitantes que suelen escuchar cuando los presos piden a grito alimentos.
La primera vez que entraron constataron que además de los casos de desnutrición, hay reclusos que padecen de tuberculosis porque el hacinamiento va en ascenso. “Hace unos días entramos y había un revuelo en una de las celdas porque uno de los presos estaba desmayado. Resulta que el hombre tenía nueve días sin comer”, resaltó sin revelar su identidad.
Una vendedora de empanadas asegura que sus ventas son mayores durante los días de visita porque las familias aprovechan de comprar para su detenido. “Aquí la gente viene cargada con sus bolsas de comida pero aprovechan de entrar algo adicional porque saben que están pasando hambre”, refiere.
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