Zulia: Catorce manifestantes permanecen recluidos en el retén de Cabimas

Por pésima calidad del servicio eléctrico protestaron en sus comunidades. Tras el cierre de calle de los municipios La Cañada de Urdaneta y Jesús María Semprún, en el estado Zulia; los apresaron, los torturaron en los comandos policiales y luego los enviaron sin fecha de juicio y muchos cargos al Centro de Arresto y Detenciones Preventivas de Cabimas, en la Costa Oriental del Lago, en el Occidente de Venezuela.

Los detenidos, 13 hombres y una mujer; han tenido que acoplarse a la rutina carcelaria para poder sobrevivir. Sólo uno de ellos se atrevió a contar lo sufrido desde el momento de su captura.

Su piel amarillenta y pálida y sus pronunciadas ojeras son muestra de que ahí no la está pasando también. Conserva el buen humor, se mofa de una que otra situación. Pero confiesa que para sobrevivir a tenido que olvidarse de que convive con otros seres humanos. “Aquí hay reglas y quien no las cumple lleva cachazos y tiros”.

A él, hombre moreno, de 27 años; lo detuvieron el 21 de agosto de 2018 en su residencia, dos días después de que en su sector protestaran por electricidad. Pidió que se omitieran detalles que lo identificaran para no poner en riesgo ni su vida ni su posible libertad. “Llevo días soñando que regreso con mis hijos, mi casa. Me reciben con un San Benito, yo lo agarro, lo sacudo y lloro”.

Tras su aprehensión permaneció 20 días en el comando de la Policía Bolivariana del Estado Zulia (CPBEZ), en el sector Cuatricentenario de Maracaibo, a unos 180 minutos en carro de su familia.

“Nos encerraron en un cuartico como de uno por uno. Era como para tres presos y con nosotros habían 72. Ahí nos dieron palo parejo, partieron tres reglas de madera en las piernas. Y a uno de los que iba conmigo lo asfixiaban con una bolsa”, se ríe y comenta que los policías se creían que participaban en una película de espías.

Sus parientes le llevaban la comida a diario. “Uno se turnaba para sentarse y dormir. Pero era mejor que aquí”.

A él y a los otros tres que agarraron por su presunta participación en la quema de un remolque de la alcaldía los trasladaron sin previo aviso ni a los abogados ni a la familia. “En el camino, los policías nos pedían 400 millones por cabeza pa soltarnos. Le pedimos el teléfono presta’o para cuadrar y no quisieron. Terminamos aquí”.

Sus hermanos tardaron cuatro días en localizarlos. “Estuvimos cuatro días sin bañarnos ni comer. Cuando vimos comidas, casi nos comemos Las tazas”.

En las primeras noches los amedrentaron con cuchillos y pistolas para que dijeran sus delitos. “Si son violadores los pegamos aquí mismo”. A ellos los acusaban de obstrucción de la vía pública, resistencia a la autoridad y asociación para delinquir.

“Estamos cagaos. Ni nos atrevimos a hablar. Al final se enteraron que era por guarimba y se calmaron los ánimos”.

Su espacio se reduce a lo que ocupen sus tres tobos blancos: en uno guarda la comida, en otro el agua y en el tercero la ropa. “Aquí hay que respetar o te caen a tiros. Pero a veces debes olvidarte que estás con otros seres humanos y maltratar, aunque no quieras; no puedes dar de comer a ciertos presos aunque los veas muriendo de hambre; debes darle coñazos a otros porque sino te dan a vos. Poco a poco te olvidas que eres personas y sobrevives”.

Para confirmar lo que su compañero de causa, así le dicen a los que comparten el mismo caso con los mismos delitos; explicaba era cierto. El más joven dijo: “Guindarse de ese mecate es lo que provoca. Al entrar aquí se acabó la vida. Yo intento contenerme por mis tres hijas. Si no otra sería mi historia”.

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